Almuerzo con historia

A 110 km de la Capital y a 10 de San Andrés de Giles, en el pueblo rural Azcuénaga, el Restaurante y Casa de Té La Porteña invita a zambullirse en un pasado de historias y anécdotas de esta casa de familia que supo ser una importante sastrería de la zona y hoy sirve fiambres, pastas y postres caseros a quien se aventure a visitar un pueblo de 350 habitantes y calles de tierra donde con sólo dar unos pasos la mirada se pierde en el horizonte.



En el salón de seis mesas, la historia de la familia de Miguel Ángel Capecci vive en las fotos de antaño, en la vitrina repleta de tazas de porcelana, candados de campo, botellones, sifones de soda y radios a válvula. Las pesadas planchas a carbón y las tijeras de sastre apoyadas sobre las largas mesas que se utilizaban para cortar las telas, decoran el ambiente y le dan sentido al pasado del lugar.

Analía Capecci, hija de Miguel Ángel, cuenta que “mi abuelo Eduardo abrió una sastrería en Azcuénaga y en 1923 compró esta casa donde se instaló a vivir y a trabajar. Mi papá siguió con la sastrería hasta que decidió cerrarla y cambiar de rubro. En 2006 comenzamos como casa de tortas y un año más tarde nos animamos con los fiambres y las pastas”.

Las palabras de Analía se vuelven reales cuando acerca a la mesa la entrada: salame casero, bondiola y matambre de pollo completan el primer plato. “El pan está horneado a leña en lo de Rossi”, apunta Miguel Ángel haciendo referencia a su vecino y pandero estrella del pueblo mientras atiende en el salón.


A las primeras delicias le siguen las creaciones de Cristina, esposa de Miguel Ángel, quien amasa tallarines, prepara ravioles y canelones caseros, y elabora los postres: flan, tiramisú, lemon pie, brownies y tortas de chocolate.

Las calles de tierra y el silencio de Azcuénaga invitan a recorrer parte de su pasado. Frente a La Porteña se levanta la vieja estación que en abril de 1880 recibió el primer tren que llegó al partido. Hoy sólo conserva el histórico edificio y un mural de adobe que evoca la llegada de aquellos inmigrantes irlandeses, españoles, italianos y franceses que arribaron a estas tierras repletos de esperanzas e ilusiones.

La capilla Nuestra Señora del Rosario, de ladrillo a la vista y ubicada en medio de la plaza ya cumplió 100 años desde que fue donada por Elena Ham, una irlandesa que dejó este legado en forma de agradecimiento. Como cada 5 de octubre, Azcuénaga rememora la primera misa celebrada ese día de 1907, con una fiesta multitudinaria de desfile de carruajes, paisanos, canto, música y danza.

Los Capecci se preparan para recibir a los que se acercan a tomar el té y a probar las tortas de Cristina. Desde cualquiera de las mesas es posible ver como cae la tarde y los árboles del monte despintan los azules en el cielo. Es cierto, Azcuénaga comienza a descansar en su silencio.



Fernando Gorza 20 de agosto de 2009
Fotos: Victoria Pietroboni

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