Una mirada de Amor




Por Fernando Gorza

JERUSALEM.- Una de las experiencias más hermosas que viví en mi viaje a Tierra Santa es el ascenso por el Monte de los Olivos. Una caminata apacible y tranquila por calles angostas.
A medida que el camino avanza uno se va cruzando con otros feligreces que visitan el lugar, autos que pasan de costado, pastores que llevan sus animales y habitantes que simplemente bajan a la ciudad.

El premio al esfuerzo es sencillo y a la vez impactante: tan simple como sentarse en la escalinata exterior de la Capilla Dominus Flevit y contemplar el ir y venir de la ciudad Santa. El Arquitecto Antonio Barluzzi tuvo la sensibilidad de construir este Santuario en una de las elevaciones del Monte en forma de una gota de lágrima representando el llanto de Jesús por Jerusalem.

En el pasaje de la Biblia (Lc, 19, 41-44) el evangelista recuerda el momento en que Jesús derramó lagrimas sobre ella.Desde la altura es fácil distinguir la comunión de religiones que conviven junto al frenesí de una ciudad que conserva la historia de sus creencias hacia el interior de sus murallas reflejadas en templos, santuarios, capillas y mezquitas, y se extiende hacia afuera en líneas modernas de edificios altos, paseos de compras y locales de comidas rápida generando un contraste más que interesante.

Hace pocos días volví a trasladarme a ese momento de paz y tranquilidad que sentí en Dominus Flevit. En la pared de una capilla de la ciudad de Buenos Aires que visitaba por primera vez, observé un cuadro en blanco y negro de Jesús sentado sobre unas piedras en un terreno boscoso con los ojos puestos en la ciudad dorada.

Ví esa mirada contemplativa, silenciosa, intuitiva, serena y reflexiva. Me dí cuenta lo fácil que es volver a sentir el abrazo amoroso de un Padre que todo lo perdona, todo lo calma y todo lo espera y que mirándonos desde la altura, como lo hizo en Jerusalem, nos cuida y protege en nuestro.

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